Como disco, es uno de los mejores, por su originalidad y sensibilidad, de los editados en España. Como canción, Qualselvol nit pot sortir el sol es un himno a la esperanza, lleno de magia y de ternura. Cualidades admirables en cualquier tiempo y lugar, pero especialmente valorables en las circunstancias en las que se publicó: en 1975, el año de la muerte de Franco. Cuando el país se echaba a la calle para ganarse una vida en libertad que se le había negado durante 40 años, cuando las protestas callejeras y la lucha política se imponían como las únicas formas útiles para conquistar un futuro que creíamos al alcance de nuestras manos, un futuro en el que nos parecía que todo era posible, porque nos sentíamos capaces de conseguir una sociedad libre, más justa e igualitaria. En ese contexto, chocaban propuestas como la de Jaume Sisa, y otros como él (Pau Riba, por dar un nombre ya tópicamente asociado a él), que preferían mirar hacia el interior. Versión castiza del movimiento hippie, defendían a capa y espada el principio de que la revolución empieza por uno mismo. Y las drogas y la música eran las herramientas más apropiadas para lograr esa transformación de la persona. Nace así una particular psicodelia catalana, en la que Pau Riba representa el lado más salvaje y roquero, Sisa, el costumbrista, intimista, pero también surrealista y un tanto extravagante. Y de ambos, pero especialmente de este último, bebe Manel, el fenómeno del momento. Tuve la oportunidad de ver la presentación de Qualselvol en la mítica sala Zeleste, de Barcelona, y aún hoy, 36 años después, mantengo vivo el impacto de aquel concierto loco, extraño, pero emocionalmente intenso. Tanto como el disco entero, del que destaco una canción, la más emblemática, aunque los ocho temas que lo componen destilan el mismo hechizo, el mismo encantamiento. El entrañable Fill del mestre, la evocadora El sete cel ("historia cierta de los siete cielos, siete paraísos mágicos y encantados" ... "y el sexto cielo está copiado del séptimo cielo que has engendrado en tu cabeza"), la surrealista Germá aire, la cabaretera Maniquí, la costumbrista Canço de la font del gat, esa preciosidad llamada María Lluna ("María Luna, yo quiero seguirte; suspendidos de la nada viviremos tu y yo; María Luna, no me digas que no"), el querido Senyor Botiguer, y, finalmente, la joya de la corona: Qualsevol nit por sortir el sol.
Un piano juguetón nos introduce en "una noche clara y tranquila", "y van llegando los invitados, que van llenando toda la casa de colores y de perfumes". Y van apareciendo todos nuestros héroes de la infancia, aquellos que nos hicieron soñar, reír, imaginar un mundo en el que todos nuestros deseos eran posibles. Aquel ingenuo optimismo que fuimos perdiendo con el paso de los años, pero que nunca es tarde para recuperar. "¡Oh, bienvenidos!, pasad, pasad; de las tristezas haremos humo; mi casa es vuestra casa, si es que hay casas de alguien". La noche se llena de magia, de un encantamiento especial, de esa ilusión única que a uno le hace levitar cuando siente que tiene todo cuanto necesita, que tiene la vida entera en sus manos porque más allá del universo que le rodea no hay nada que merezca la pena, porque se siente en el paraíso si es que los paraísos existen, porque se siente rodeado de toda la gente que quiere... Así que "bienvenidos, pasad, pasad; ahora ya no falta nadie; o puede que sí, ahora me doy cuenta de que tan solo faltas tu... También puedes venir si quieres; te esperamos, hay sitio para todos... El tiempo no cuenta, ni el espacio, cualquier noche puede salir el sol". Porque todo es posible cuando nos sentimos arropados por toda la gente que queremos. Es cuanto necesitamos: un lugar a donde ir y alguien que nos acoja. Y la esperanza, la creencia en que podemos conseguir aquello que deseamos. La esperanza es lo que nos hace humanos, lo que nos da una razón para continuar. Sin ella no somos nada, sin ella nos quedamos sin motivos para vivir. No podemos renunciar a aquello que ansiamos, porque es esa pasión por lo que anhelamos lo que nos define como personas. Somos lo que queremos y nos construimos en la medida en que luchamos por conseguirlo, nos hacemos en el camino que nos lleva hasta el objetivo. Cada renuncia es un trozo de nuestra vida que se nos muere, y aunque a veces empecinarse en lo imposible solo genera frustración, siempre hay que mantener la esperanza y esforzarse hasta la extenuación por alcanzar aquello que deseamos, porque, aunque puede parecer difícil, cualquier noche puede salir el sol.
22 de abril de 2011
18 de abril de 2011
Persiguiendo sueños
Alba, con Luis Tosar, en los premios Mestre Mateo |
Y es que los sueños no son un punto de llegada, porque cada meta es siempre un nuevo punto de partida. Los sueños nunca se cumplen, porque son solo un horizonte al que siempre nos dirigimos pero que nunca alcanzamos, porque siempre hay razones para seguir más allá. Los sueños son solo una metáfora, una forma de estar en la vida a la búsqueda permanente de una nueva satisfacción, de un nuevo logro, de otra cumbre que coronar, de una consumación que siempre aspira a una más. Hay sueños de largo recorrido, que nos acompañan toda la vida, y hay otros pequeños sueños que se pueden tocar con los dedos. Pero unos y otros nos dan la energía para luchar por cumplirlos, la ilusión que nos hace seguir adelante con una sonrisa y el corazón henchido de felicidad, el ánimo para sobreponernos a las adversidades. Hay sueños trascendentes, como el que tuvo Martin Luther King o tantos otros soñadores, que sirvieron para hacer el mundo un poco mejor; hay sueños que justifican una vida, como los de la Madre Teresa o Vicente Ferrer; hay sueños que dignifican un trabajo o una carrera profesional, y hay sueños que simplemente se nos revelan tras la mirada y la sonrisa de la persona que amamos. Y hay sueños que, sin saber bien ni cómo ni por qué, se convierten en una pesadilla. En esos casos, viene bien que alguien nos despierte, aunque sea con una bofetada, para hacernos ver que nos hemos adentrado por un camino equivocado. Y hay sueños que se sueñan dormidos y otros que se sueñan despiertos. Pero sean como sean, en la vida hay que perseguir siempre los sueños. Y hay que recordar constantemente que para cumplirlos, lo primero es siempre despertarse.
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