Alba, con Luis Tosar, en los premios Mestre Mateo |
Y es que los sueños no son un punto de llegada, porque cada meta es siempre un nuevo punto de partida. Los sueños nunca se cumplen, porque son solo un horizonte al que siempre nos dirigimos pero que nunca alcanzamos, porque siempre hay razones para seguir más allá. Los sueños son solo una metáfora, una forma de estar en la vida a la búsqueda permanente de una nueva satisfacción, de un nuevo logro, de otra cumbre que coronar, de una consumación que siempre aspira a una más. Hay sueños de largo recorrido, que nos acompañan toda la vida, y hay otros pequeños sueños que se pueden tocar con los dedos. Pero unos y otros nos dan la energía para luchar por cumplirlos, la ilusión que nos hace seguir adelante con una sonrisa y el corazón henchido de felicidad, el ánimo para sobreponernos a las adversidades. Hay sueños trascendentes, como el que tuvo Martin Luther King o tantos otros soñadores, que sirvieron para hacer el mundo un poco mejor; hay sueños que justifican una vida, como los de la Madre Teresa o Vicente Ferrer; hay sueños que dignifican un trabajo o una carrera profesional, y hay sueños que simplemente se nos revelan tras la mirada y la sonrisa de la persona que amamos. Y hay sueños que, sin saber bien ni cómo ni por qué, se convierten en una pesadilla. En esos casos, viene bien que alguien nos despierte, aunque sea con una bofetada, para hacernos ver que nos hemos adentrado por un camino equivocado. Y hay sueños que se sueñan dormidos y otros que se sueñan despiertos. Pero sean como sean, en la vida hay que perseguir siempre los sueños. Y hay que recordar constantemente que para cumplirlos, lo primero es siempre despertarse.
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