31 de julio de 2011

La maldición de los 27

Era una muerte anunciada, pero no por eso menos conmovedora. El trágico desenlace de Amy Winehouse me ha impactado, como creo que a la mayoría. Porque la muerte es un tránsito sin vuelta atrás que inevitablemente deja en quienes nos quedamos aquí un vacío imposible de llenar. Aunque haya una barrera generacional que me impide acercarme a ella con la misma intensidad que a otros, su música es maravillosa y su segundo disco está lleno de joyas que perdurarán con el paso del tiempo. Y eso es algo que la engrandece, que trasciende las miserias de su vida personal, asaetada por las mismas desdichas y desventuras que a todos nos aquejan, aunque no todos nos hundamos en el mismo pozo. Porque lo que nos humaniza, lo que más nos acerca a los demás es el dolor, el sufrimiento, nunca el éxito, motivo de emulación, también de envidia, pero no de solidaridad.

Cada generación genera sus propios mitos, aquellos que representan sueños y aspiraciones, pero también los que reflejan con mayor nitidez nuestras propias frustraciones, fracasos y pesares. Nos gustaría emular a los primeros pero a menudo es más fácil identificarse con los segundos, o al menos los sentimos más próximos. Los primeros nos estimulan, despiertan nuestra admiración; los últimos, aplacan nuestros ánimos y nos reconcilian con nosotros mismos y nuestras debilidades. Son como el chico o la chica maravillosa con la que fantaseas, pero que sabes inalcanzable, y aquel otro o aquella otra con la que al final te quedas, en apariencia no tan fascinante, pero después de todo es el tuyo o la tuya, y nada hay más extraordinario. Y nos acostumbramos a vivir en la tensión permanente entre aquello que deseamos y lo que realmente podemos conseguir.

Y nadie escapa a esa angustia que nos coloca ante el abismo que nos aleja de aquello que más deseamos, que nos hace seres disociados, campo de batalla de una contienda sin fin entre lo que queremos y lo que tenemos, aquello a lo que aspiramos y lo que somos capaces de conseguir. Unos consiguen reconciliarse consigo mismo, con sus carencias y debilidades, pero otros muchos sucumben y se precipitan por el barranco. Son aquellos que han hecho de su vida una búsqueda continua, obsesionados en un camino de perfección que no encuentra su destino. Insatisfechos con un mundo que les ofrece todo pero no les da nada que les interese. Solo retazos de una felicidad efímera, un cometa fugaz que se esfuma con la misma facilidad con la que había llegado. Un instante de dicha suprema que se intenta recuperar con desesperación pero que pocas veces vuelve. Y la búsqueda prosigue, y el cisma se agranda, y el dolor se hace llaga. Porque ya lo cantaba Mick Jagger: no hay satisfacción.

Y entonces la vida se convierte en una huida sin fin... o sí, con el final de todo, que es la muerte. Le ha ocurrido a Amy como antes le sucedió a Jimi Hendrix, a Janis Joplin y a Jim Morrison. Separados generacionalmente, pero unidos por la maldición de los 27 años y, sobre todo, por una misma herida vital que supuraba soledad, desamparo, vacío y malestar. Como cantaba Janis en Work me, lord, el tema que acompaña este post, en la impresionante versión que hizo en el festival de Woodstock.

Me siento tan sola aquí abajo,
Sin nadie que me ame,
A pesar que he buscado por todos lados, 
Y he buscado en todas partes,
Y no encuentro a quién amar,
a nadie que sienta mi cariño.


Y no hay nada que calme la aflicción, y no hay nada que llene el vacío, y no hay nada que cure la herida. Porque los remedios son bálsamos que solo mitigan el dolor, que solo ofrecen una tregua al tormento interior. Solo una alivio que no cura, pero alimenta la úlcera.


Señor, no sabes lo difícil que es tratar de vivir,
Cuando estás completamente solo.
Todos los días sigo empujando,
Trato de ir hacia adelante.
Pero algo me arrastra hacia atrás.



Y el camino solo tiene un final: la muerte. Esa que a todos nos espera pero que algunos se empeñan en abrazar antes de tiempo porque el viaje se les hace ya pesado y sin sentido. Porque todos la buscamos, pero la felicidad es un fino alambre sobre el que hay que deambular como un funambulista. Y no es fácil permanecer en el sin caerse al vacío. Como le ha ocurrido a Amy Winehouse. Descanse en paz.







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