The Byrds es, para mi, sinónimo de alegría, luminosidad y radiante energía positiva. Y es, también, uno de los grupos más injustamente valorados de la historia del rock. Nunca han tenido el reconocimiento popular que se merece por su contribución a la música americana. Dylan es Dylan, y punto. Pero Dylan no sería Dylan si no hubieran existido The Beatles y The Byrds. El legado del grupo encabezado por Roger McGuinn, y por el que pasaron David Crosby, Gene Clark y Gram Parsons, es tan enorme que su influencia alcanza a gente como Bruce Springsteen, Tom Petty, REM y Wilco. Pero son solo unos cuantos ejemplos. Porque, al margen de todo lo que bebe de la música negra, el resto del rock americano hunde sus raíces en esa mezcla de folk, pop, country y psicodelia que amalgamaron The Byrds en seis discos geniales, hasta el seminal Sweetheart of the Rodeo, publicados entre 1965 y 1968. Resulta tremendamente difícil seleccionar una de entre las decenas de espléndidas canciones que grabaron durante ese cuatrienio. No obstante, si hay una que los identifica es la primera que publicaron, Mr. Tambourine Man, una canción de Bob Dylan que se apropiaron de tal manera que hoy es más popular la versión que ellos hicieron que la original. En ella quedó definido el sonido característico del grupo, marcado por la sonoridad inconfundible de la guitarra Rickenbacker de doce cuerdas de McGuinn y las fantásticas armonías vocales del propio McGuinn, Crosby y Gene Clark. Me gusta especialmente la versión que acompaña a este post. Corresponde a un concierto de 1990 en homenaje a Roy Orbison al que se suma también el autor del tema. Ver a Dylan haciendo bromas con David Crosby no tiene precio.
Porque, más allá de lo estrictamente musical, lo que me atrae de The Byrds es la sensación de amistad, fraternidad y solidaridad que se desprende de sus canciones. El colorido de sus armonías vocales lo impregna todo de un tono de alegría contagiosa que me retrotrae inevitablemente a los años universitarios, cuando tenía la impresión de que la camaradería era un estado natural, el optimismo lo invadía todo y pensaba (pensábamos) que cualquier cosa era posible porque el futuro estaba en nuestras manos. Los sueños no eran ilusiones vanas sino una guía para el camino. No había límites para la esperanza y nada había inalcanzable, aunque fuera con un poco de ayuda del hombre de la pandereta. Porque, como dice la canción, cuando "Mr. Tambourine Man toca una canción para mi... estoy listo para ir a cualquier lugar". La libertad era un tsunami que arrasaba con cualquier obstáculo que se interpusiera en el camino. Porque la música de The Byrds suena a liberación de cualquier atadura, a independencia, a espacios abiertos. Quizás sea una reminiscencia de la balada de Easy Ryder, pero la guitarra saltarina de Roger McGuinn siempre la he asociado a un viaje sin destino, o sí, a una odisea en pos de la felicidad.
Y mientras escribo esto, mientras suena en mis auriculares la música de The Byrds, me siento al volante de mi coche, con el sol brillando en el horizonte, y me imagino devorando kilómetros por carreteras secundarias, apenas transitadas, recorriendo pueblos, con las ventanillas abiertas, dejándome abrazar por la brisa, impregnado por la humedad del mar, perfumado por el aroma de la hierba. Y entonces el tiempo se detiene porque el mañana no importa. "Todo es ahora, todos es ahora, el tiempo que nos toca vivir", canta Roger McGuinn con su voz lastimera. Porque todo lo que merece la pena lo llevas contigo: la libertad, la ilusión, las ganas de vivir... y la persona a la que amas, que te lleva de la mano al paraíso y con una sonrisa te ilumina el camino. Y en ese momento ruegas, como escribía Kavafis, que "el viaje sea largo, lleno de peripecias, lleno de experiencias". Porque es el viaje de la vida. Y entonces uno comprende que simplemente debe dejarse llevar, arrastrado por ese tratado de psicodelia que es el diálogo entre la guitarra de Roger y la guitarra pedal steel de Red Rhodes en la segunda canción seleccionada para este post: Change is now. Porque "el cambio es ahora, las cosas que parecían sólidas no lo son ... y el miedo se ha ido".
The Byrds están aquí. Así que, buen viaje.
Y mientras escribo esto, mientras suena en mis auriculares la música de The Byrds, me siento al volante de mi coche, con el sol brillando en el horizonte, y me imagino devorando kilómetros por carreteras secundarias, apenas transitadas, recorriendo pueblos, con las ventanillas abiertas, dejándome abrazar por la brisa, impregnado por la humedad del mar, perfumado por el aroma de la hierba. Y entonces el tiempo se detiene porque el mañana no importa. "Todo es ahora, todos es ahora, el tiempo que nos toca vivir", canta Roger McGuinn con su voz lastimera. Porque todo lo que merece la pena lo llevas contigo: la libertad, la ilusión, las ganas de vivir... y la persona a la que amas, que te lleva de la mano al paraíso y con una sonrisa te ilumina el camino. Y en ese momento ruegas, como escribía Kavafis, que "el viaje sea largo, lleno de peripecias, lleno de experiencias". Porque es el viaje de la vida. Y entonces uno comprende que simplemente debe dejarse llevar, arrastrado por ese tratado de psicodelia que es el diálogo entre la guitarra de Roger y la guitarra pedal steel de Red Rhodes en la segunda canción seleccionada para este post: Change is now. Porque "el cambio es ahora, las cosas que parecían sólidas no lo son ... y el miedo se ha ido".
The Byrds están aquí. Así que, buen viaje.
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