21 de febrero de 2011

Las canciones de mi vida: "The end" (The Doors)

"This is the end 
Beautiful friend 

This is the end 

My only friend, the end"


No es la mejor canción de la historia. Hay muchas que me han alegrado, me han emocionado o me han animado cuando estaba triste. Pero no tengo la más mínima duda de que The end es la canción de mi vida, la que me ha acompañado siempre, la que ha estado conmigo desde que la descubrí con 16 años, y a la que vuelvo continuamente. No sabría definir bien por qué, pero así es. Comienza como una canción de despedida, de pérdida, con un ritmo hipnótico guiado por la guitarra de Robby Krieger. Poco a poco, se va haciendo más tensa, a medida que el texto va ganando en simbolismo, hasta llegar al punto culminante:

"He walked on down the hall, and 
And he came to a door...and he looked inside 

Father, yes son, I want to kill you 

Mother...I want to...fuck you"


Y, tras el grito desesperado de Jim, la música alcanza uno de esos momentos de paroxismo tan típicos de The Doors. Más allá del escándalo que supuso este pasaje edípico-incestuoso, lo significativo es como un añadido de forma improvisada en una actuación, fruto de una noche de locura, acabó por convertirse en parte de la canción, la fagocitó y se adhirió a la historia del grupo como una segunda piel. Es una prueba más del subtítulo de este blog, de cómo las fronteras entre lo trascendente y lo insignificante son tan difusas que nunca se puede prever cuál será el efecto de cada una de nuestras acciones.

Y el cómo se gestó la versión definitiva de la canción define a la perfección la esencia de Jim Morrison y The Doors. La fuerza de la improvisación como motor creativo. La energía primitiva desbocada como impulso vital. Musicalmente, eran un grupo muy orgánico, en el que todo estaba al servicio de la canción. Sin ser unos instrumentistas geniales, eran suficientemente buenos, originales y con una formación diversa que manaba del blues, el jazz, la música clásica e incluso el flamenco. Y funcionaban como un todo en el que si algo sobresalía era Jim Morrison, su voz, pero sobre todo su personalidad arrolladora. Yo los descubrí en 1975 con un disco en directo que en España se tituló "Absolutely live". El impacto fue brutal. No había forma de que transcurriera el tiempo para llegar a casa y ponerlo a toda pastilla, para desesperación de mi madre y supongo que mis vecinos. La fuerza de The Doors en directo es incomparable. Cualquiera de sus discos en vivo, incluso el peor de ellos, es un monumento a la celebración. Sus canciones ganan una barbaridad sobre el escenario, y sus versiones de otros temas, una gozada. La que hacen de "Gloria", de Van Morrison, es la mejor que conozco con diferencia. Y eso que me gusta mucho la de Patti Smith, Aún hoy, sus conciertos siguesiendo un recurso extraordinario para cuando estoy bajo de moral. Lo llevo siempre en mi mp3 para escucharlo a todo volumen y cargarme de energía. Es el mejor antidepresivo que conozco.

Nunca he sido fanático de nada ni de nadie, pero he de reconocer que Jim Morrison es lo más próximo a un ídolo que yo he tenido. Me atrapa su energía, su vitalidad, su sinceridad. No es un dios, no es un modelo en muchas cosas, pero envidio su fuerza arrebatadora, su capacidad para mostrarse tal cual, sin fingimientos, desbordado a menudo por las drogas y el alcohol, pero dándose tal y como era. Una persona tímida, que se comía las uñas antes de actuar presa de los nervios, pero que se transformaba en el escenario. Una persona que luchaba constantemente por recuperar su verdadero sitio: él era un poeta transformado en un ídolo de masas, un símbolo sexual a su pesar y un icono en una época de rebeldía juvenil que lo sobrepasaba. Pero nunca dejó de ser lo que realmente era, incluso en sus peores momentos. Por eso, hoy en día, cuando están a punto de cumplirse 40 años de su muerte en París, sigue estando vivo, En una época en la que el modelo es gente como Lady Gaga (admirable en muchos aspectos), todo representación, una máscara para mostrar lo que los otros quieren ver y ocultar lo que nosotros somos de verdad, Jim Morrison sigue siendo la encarnación, para lo bueno y para lo malo, de la autenticidad. 

Porque, a fin de cuentas, cuando llega el final del día y nos quedamos solos en nuestra casa, de nada nos sirven las galas, las sonrisas fatuas, las bonitas palabras o las palmaditas en la espalda. Al final del día, cuando nos quedamos desnudos lo único que realmente merece la pena es tener a alguien que nos abrace, que nos reconozca y quiera tal como somos, alguien con quien fundirnos piel con piel.

"I found an island in your arms 
Country in your eyes 

Arms that chain 

Eyes that lie 
Break on through to the other side 
Break on through to the other side "


P.D. Para conocer de verdad a The Doors, recomiendo a todo el mundo la excelente película "When youre strange", narrada por Johnny Deep y dirigida por Tom DiCillo. Excelente.






2 comentarios:

  1. Cuando uno empieza a sonreírle al mundo, el mundo le corresponde con otra sonrisa tan grande que hace que nos deslumbremos con ella y olvidemos los problemas.

    A veces el problema es que pensamos que tenemos que tener a alguien que nos abrace al final del dia para sentirnos bien, pero la verdad es que no nos damos cuenta de que disfrutar un poco más de nosotros mismos es el mejor abrazo que podemos recibir.

    Y aunque parezca que no, pero en todas esas sonrisas fatuas, palabras bonitas y palmaditas en la espalda, siempre hay algo de verdadero.

    Bueno, con sus correspondientes excepciones, claro.

    Y cuidado con hablar de Lady GaGa. Que sé dónde vives.

    No seas tonto.

    Ya sabes que te quiero :D

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  2. Ciertamente, hay que empezar por quererse a uno mismo, porque de lo contrario difícilmente se puede querer a otros. Pero a la noche, prefiero sentir el calor humano que abrazarme a la almohada. Al menos como principio general, que en ocasiones es preferible incluso una almohada de esparto, ya sabes. Y de Lady Gaga, ¿qué quieres? A veces el artificio oculta la esencia, incluso en los casos en que haya sustancia, que puedo llegar a admitirlo para la ocasión.

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