18 de febrero de 2011

Las fotos de mi vida: en el origen de casi todo...

El futuro nunca está escrito, así que lo único aparentemente seguro en esta vida es aquello que ha pasado. Y digo "aparentemente" porque incluso cuando echamos la vista atrás podemos encontrar interpretaciones discrepantes, cambiantes. Pero de lo que no tengo duda alguna es de que casi todo lo que vino después y me ha traído hasta donde estoy hoy fue una aventura única en compañía de mis amigos de Eibar: con más voluntad que recursos, con más ilusión que capacidad, rodamos un largometraje en Super 8 que titulamos Etenak-Transgresiones y que estrenamos el 30 de diciembre de 1982.

Era una historia de amor (¡faltaría más!) en el contexto de la violencia en Euskadi. Pretendía mostrar como los condicionantes externos condicionan una relación. La pareja nunca está sola, aunque a menudo tenga esa engañosa ilusión. Las diferencias (sociales, culturales o de cualquier otro tipo) amenazan continuamente la fortaleza del sentimiento. La cuestión era (y sigue siendo) qué es más poderoso: la pasión que irrumpe desde el interior o los monstruos que nos acechan desde el exterior. La pregunta era (y sigue siendo) si el amor nos da el vigor necesario y suficiente para superar los obstáculos y construirnos en la relación o si, por el contrario, sucumbimos a nuestros propios miedos y fantasmas. La duda es cómo se integran individuo y sociedad. El final quedaba abierto. Que cada uno dé su propia respuesta. A mi me gustaría ser optimista, aunque no sé si tengo muchas razones para ello.

El otro tema de la película era la convivencia y la violencia en Euskadi. Un debate que ahora ya se plantea abiertamente, pero que en aquellos años no era fácil, especialmente en el propio País Vasco, donde solo se hablaba de estas cuestiones en privado, porque en público daba miedo o simplemente no estaba bien visto. De hecho, y hasta donde yo sé, en el cine solo había una película que había sacado el tema a la luz: La muerte de Mikel, de Imanol Uribe. Nosotros tratamos de continuar la reflexión desde una perspectiva más íntima. Creo que ese fue el gran valor de aquella película, ya que pocos más tenía.

Y si alguno tuvo, fue el de afianzar una relación entre el núcleo (relativamente numeroso) de quienes participamos en aquella aventura que ha trascendido el paso de los años y la distancia. Tejió una madeja de lazos invisibles que se mantienen treinta años después. Aunque no nos veamos, aunque pasen meses sin que hable con ellos, todos ellos, mis amigos (casi todos los que están en la foto, aunque no están todos los que son), siguen presentes día a día en mi recuerdo y en mi corazón. Porque ellos están en el origen de casi todo lo que soy y lo que he hecho después. Gracias.

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