31 de marzo de 2011

¡¡¡A competir...!!!


Se siente un semidiós, pero en su entorno viven en el infierno. Es soberbio, autoritario y se cree siempre en posesión de la razón. Pero no una razón ética, fruto de un consenso y más o menos estable. No, una razón puramente instrumental, orientada exclusivamente a la consecución de un objetivo, coyuntural, cambiante, siempre provisional. Es inflexible, porque tiene una misión que cumplir, una meta que alcanzar. No importa el camino, no importan las formas, solo sirve el resultado final. Ni siquiera las personas son valiosas, quedan reducidas a meras herramientas, simples medios para conseguir un fin prefijado. Un propósito que ni siquiera admite discusión, porque viene impuesto. No hay reflexión, no hay análisis, no hay crítica. La verdad, propia, única, revelada, la da por supuesta, no la cuestiona. Simplemente, ejecuta las normas sin enjuiciarlas, como quien sigue un manual de instrucciones. La jerarquía no se discute, se acepta y se impone. Porque todo el mundo debe asumirla con entusiasmo, Y quien ponga objeciones es expulsado al submundo de los incompetentes, de los traidores o de los no comprometidos con la causa, que nunca se sabe bien qué es lo peor. Un estigma que a los perdedores los marca a hierro y fuego de por vida. No tiene otra guía en la vida más que la victoria. Y el éxito es incompatible con la debilidad. El desfallecimiento es inadmisible, un síntoma que descubre a los pusilánimes. No se perdona la duda ni la vacilación. La adhesión ha de ser inquebrantable e indubitada. La diferencia, la individualidad, el criterio propio son vicios sospechosos, virtudes proscritas. El triunfo se asienta sobre el gregarismo y el guía de la manada es quien triunfa. El triunfador desprecia a los frágiles, pero también a los que no son como él, a quienes no se someten, a quienes piensan. Porque el triunfador está en una competición permanente, tratando de ser siempre el primero, el más alto, el más guapo... La vida es una guerra y el mundo, un campo de batalla. El triunfador carece de escrúpulos, porque la única norma que respeta es la que le lleva a la victoria. El triunfador solo conoce competidores.


Y hay competidores también en las relaciones personales. Esos a quienes la solidaridad, el compromiso y la cooperación entre iguales le resultan comportamientos extraños. Incluso en las relaciones amorosas buscan el valor añadido. Las racionalizan, las cuantifican. "¿Quién da más? ¿Qué aporto? ¿Qué recibo?". El triunfador convierte a la otra persona en un simple valor de intercambio. Considera que merece la pena en la medida en que le aporte algún beneficio, y se abandona en caso contrario. No entiende que las personas no pueden ser parceladas, no se pueden desmembrar: aquí lo que me interesa, aquí lo que no... Las personas son... personas, seres humanos, conjuntos orgánicos que se definen en su unicidad, como un todo en el que lo atractivo se define en función de lo menos atractivo, las virtudes en contraste con los defectos, y sin estos no existen aquellas... Pero el conquistador no soporta la imperfección ni la fragilidad del ánimo. Ni la propia ni, aún menos, la ajena. Siempre hay algo que cambiar, algo que mejorar. Nadie es nunca suficientemente bueno, siempre hay algo que falla, algo que falta. Y la búsqueda jamás concluye, ya que nunca encuentra lo que anhela. Pero en el camino se pierde a si mismo y se va quedando sin todos los demás. 


Pero quien busca el triunfo por la vía de la competición nunca gana. Porque fuera de su mundo, en el que se siente seguro, es simplemente uno más, que para él es tanto como no ser nadie. Porque su obsesiva búsqueda de la perfección solo le lleva a la insatisfacción. Así que al final, el triunfador esconde un fracaso.

2 comentarios:

  1. ESPECTACULAr. Brillante, maestro, que atinadísimo y oportuno.
    GRACIAs por tu honestidad personal y profesional.

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  2. Muchas gracias a ti por tu generosidad, Laura. Anima saber que hay alguien a quien le gusta lo que escribes, aunque solo sea por amistad.

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